Las casi siete horas de tren han servido para la corrección de exámenes, para iniciar la lectura de Una cuestión de sangre de Ian Rankin, que tenía reservado para estos días y para ver pasar los paisajes de esa manera tan peculiar que solo se ven pasar desde el tren. Todo ello acompañado del casi permanente griterío de los energúmenos que se empeñan en compartir sus interesantes conversaciones con el móvil.
Nada más llegar he ido a reencontrarme con la Plaza Mayor. Y me he sentado en la terraza del Café Novelty que recuerda, con una escultura tamaño natural, que Gonzalo Torrente Ballester fue uno de sus clientes más célebres.
Sé que las jornadas resultarán igual de enriquecedoras que las del año pasado.
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